Para el Psicoanálisis, la personalidad se va desarrollando a través de etapas que ocurren en la infancia, que tienen una función biológica como centro y plantea que los acontecimientos que se llevan a cabo en éstas fases pueden ser determinantes en la formación de la personalidad del ser humano.
La personalidad se desarrollará según se hayan resuelto los estadios en el desarrollo del niño.
Para describir estas etapas o fases de la evolución
de la personalidad, Freud postula la teoría de los estadios psicosexuales.
Para más información pueden ver su bibliografía en video publicada en youtube a continuación:
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Para Freud la pulsión sexual es la fuerza
motivacional más importante. Éste creía que esta fuerza no era solo la más
prevalente para los adultos, sino también en los niños, e incluso en los
infantes. Cuando Freud presentó sus ideas sobre sexualidad infantil por primera
vez, el público vienés al que se dirigió no estaba preparado para hablar de
sexo en los adultos, y desde luego menos aún en los niños.
La sexualidad no comprende en exclusiva al coito,
sino todas aquellas sensaciones placenteras de la piel. Está claro que hasta el
más mojigato de nosotros, incluyendo bebés, niños y adultos, disfrutamos de las
experiencias táctiles como los besos, caricias y demás.
Freud observó que en distintas etapas de nuestra
vida, diferentes partes de la piel que nos daban mayor placer. Más tarde, los
teóricos llamarían a estas áreas zonas erógenas. Vio que los infantes obtenían
un gran monto de placer a través de chupar, especialmente del pecho. De hecho,
los bebés presentan una gran tendencia a llevarse a la boca todo lo que tienen
a su alrededor. Un poco más tarde en la vida, el niño concentra su atención al
placer anal de retener y expulsar. Alrededor de los tres o cuatro años, el niño
descubre el placer de tocarse sus genitales. Y solo más tarde, en nuestra
madurez sexual, experimentamos un gran placer en nuestras relaciones sexuales.
Basándose en estas observaciones, Freud postuló su teoría de los estadios
psicosexuales.
La etapa oral se establece desde el
nacimiento hasta alrededor de los 18 meses. El foco del placer es, por
supuesto, la boca. Las actividades favoritas del infante son chupar y
morder.
La etapa anal se encuentra entre los 18
meses hasta los tres o cuatro años de edad. El foco del placer es el ano.
El goce surge de retener y expulsar.
La etapa fálica va desde los tres o cuatro
años hasta los cinco, seis o siete. El foco del placer se centra en los
genitales. La masturbación a estas edades es bastante común.
La etapa de latencia dura desde los cinco, seis
o siete años de edad hasta la pubertad, más o menos a los 12 años. Durante
este período, Freud supuso que la pulsión sexual se suprimía al servicio
del aprendizaje. Debo señalar aquí, que aunque la mayoría de los niños de
estas edades están bastante ocupados con sus tareas escolares, y por tanto
“sexualmente calmados”, cerca de un cuarto de ellos están muy metidos en
la masturbación y en jugar “a los médicos”. En los tiempos represivos de
la sociedad de Freud, los niños eran más tranquilos en este período del
desarrollo, desde luego, que los actuales.
La etapa genital empieza en la pubertad y
representa el resurgimiento de la pulsión sexual en la adolescencia,
dirigida más específicamente hacia las relaciones sexuales. Freud
establecía que tanto la masturbación, el sexo oral, la homosexualidad como
muchas otras manifestaciones comportamentales eran inmaduras, cuestiones
que actualmente no lo son para nosotros.
Cada estadio comprende una serie de tareas
difíciles propias de donde surgirán multitud de problemas. Para la fase oral es
el destete; para la anal, el control de esfínteres; para la fálica, es la
crisis edípica, llamada así por la historia griega del rey Edipo, quien
inadvertidamente mató a su padre y se casó con su madre.
Veamos cómo funciona la llamada crisis edípica. El
primer objeto de amor de todos nosotros es nuestra madre. Queremos su atención,
queremos su afecto, queremos su cuidado; la queremos, la deseamos de una manera
ampliamente sexual. No obstante, el niño tiene un rival ante estos deseos,
personificado en su padre. Éste es mayor, más fuerte, más listo y se va a la
cama con ella, mientras que el chico es desplazado a dormir solo en su habitación.
El padre es el enemigo.
Ya en el momento en que el niño se da cuenta de
esta relación arquetípica, ya se ha percatado de las diferencias entre niños y
niñas, además del pelo largo y los estilos de vestirse. Desde su punto de vista
párvulo, la diferencia estriba en que tiene un pene, cosa que no tiene la
chica. En este período de la vida, éste cree que es mejor tener algo que
carecer de ello, por lo que se siente satisfecho y orgulloso de poseerlo.
Pero, aparece la pregunta: ¿y dónde está el pene de
la niña?. Quizás lo ha perdido de alguna forma. Quizás se lo cortaron. ¡Quizás
lo mismo me puede pasar a mí!. Este es el inicio de la ansiedad de castración,
un nombre poco apropiado para definir el temor a perder el propio pene.
Volviendo a la historia anterior, el niño, al
reconocer la superioridad de su padre y temiendo a su pene, empieza a poner en
práctica algunas de sus defensas yoicas. Desplaza sus impulsos sexuales a su
madre hacia las chicas y posteriormente a las mujeres. Y se identifica con el agresor,
su papá, e intenta parecerse cada vez más a él; esto es, un hombre. Después de
unos años de latencia, entra en la adolescencia y al mundo de la
heterosexualidad madura.
La niña también empieza su vida con amor hacia su
madre, por lo que se nos presenta el problema de tener que redirigir sus
afectos hacia su padre antes de que tenga lugar el proceso edípico. Freud
responde a esto con la envidia al pene. La niña ha notado también que ante la
diferencia de ambos sexos, ella no puede hacer nada. A ella le gustaría tener
un pene también, así como todo el poder asociado a éste. Mucho más tarde podrá
tener un sustituto, como un bebé. Como todo niño sabe, se necesita de un papá y
una mamá para tener un bebé, de manera que gira su atención y cariño hacia papá.
Pero, papá, por supuesto ya está elegido por
alguien. La chica entonces le desplaza por los chicos y hombres,
identificándose con mamá, la mujer que posee al hombre que ella verdaderamente
desea. Debemos observar que hay algo aquí que falta. La niña no sufre por el
poder motivacional de la ansiedad de castración, ya que ella no puede perder lo
que nunca ha tenido. Freud pensó que la falta de este tremendo miedo es lo que
provocaba que las mujeres fuesen menos firmes en su heterosexualidad que los
hombres y un poco menos inclinadas hacia los aspectos morales en general.
Si un
niño en cierta etapa de su vida no satisface sus necesidades empiezan las
frustraciones y estas hacen que se quede estancado en cierta etapa o se pueden
desarrollar ciertos trastornos o complejos, un claro ejemplo de esto son
el complejo de Edipo que se refiere al conflicto emocional, cuando se siente
una atracción sexual por la madre en el caso de los hombres y en el de las
mujeres por el padre es nombrado Complejo Electra.
El siguiente video ejemplifica el Complejo de Electra:
Electra se hallaba ausente de Micenas
cuando su padre regresó de la Guerra de
Troya y fue asesinado (junto con Casandra,
su concubina) por Egisto,
el amante de Clitemnestra o por la misma Clitemnestra.
Ocho años más tarde, Electra regresó de Atenas
con su hermano, Orestes.
Según Píndaro,
a Orestes le salvaron su vieja nodriza o Electra, que lo llevaron a Fanote,
tras el Monte Parnasos, donde lo confiaron al rey Estrofo.
Cuando cumplió veinte años, el oráculo en Delfos ordenó a
Orestes que regresara a su patria y vengara la muerte de su padre.
Según Esquilo,
se encontró con Electra ante la tumba de Agamenón, donde ambos habían ido a
rendir honras fúnebres a los muertos, se reconocieron y pusieron de acuerdo
para que Orestes pudiera vengar a su padre.
Orestes, después de vengarse (en algunas
versiones con ayuda de Electra, en otras de su amigo Pílades),
enloqueció y fue perseguido por las Erinias, (o Furias) - la
culpa -cuya misión era castigar cualquier trasgresión de los lazos de piedad
familiar. Electra no fue acosada por las Erinias.
Orestes se refugió en el templo en Delfos. Aunque
Apolo
(al cual estaba dedicado el templo délfico), le hubiera ordenado vengarse, fue
incapaz de protegerlo de las consecuencias de sus acciones.
Al fin, Atenea lo recibió en la Acrópolis de Atenas y
arregló un juicio ante doce jueces áticos.
Las Erinias reclamaron su víctima; él presentó
como atenuante las órdenes de Apolo; los votos de los jueces estaban
equitativamente divididos, pero Atenea dio su voto de calidad a favor de la
absolución.
Más tarde Electra se casó con Pílades, amigo
íntimo de Orestes e hijo del rey Estrofo.
Esta leyenda es la que dio origen
a la teoría del Complejo de Electra, desarrollada a principios del siglo XX por
el médico psiquiatra y psicólogo Carl Jung para designar la fijación afectiva
que tiene la niña hacia el padre durante cierta etapa de su niñez. Esta teoría
es considera por algunos psicólogos como la contrapartida del Complejo de
Edipo, desarrollado por Sigmund Freud, según el cual el niño sostiene una
fijación con la madre, situando al padre como un rival.
Sigmund Freud- Carl Jung
El Complejo de Electra se presenta aproximadamente
entre los cuatro y los seis años de edad. Es durante esta fase que las niñas
descubren que no tienen pene y surge lo que los expertos llaman la “envidia del
pene”, que a la vez arrastra el deseo de obtener lo que este órgano
sexual simboliza. Los psicoanalistas sugieren que ésta es la causa por la cual
las niñas se alejan de la madre y se produce un acercamiento al padre, lo que
nosotros coloquialmente conocemos como “papitis”.
Es muy común que el Complejo de Electra o papitis
se presente en la mayoría de las niñas en algún momento de la infancia. Sin
embargo, a veces va más allá de un simple afecto; esta fijación afectiva o
enamoramiento hacia el padre a veces puede generar una situación de rivalidad
con la madre.
Cuando esta fase se vive en forma saludable, la
niña expresa una predilección por su padre acompañada de una rivalidad hacia la
madre. Sin embargo, en los casos patológicos en los que este afecto hacia el padre
no es correspondido, puede ocurrir lo contrario: que la niña rechace a su padre
al sentirse defraudada por haberla rechazado.
Si todo se resuelve “correctamente”, al llegar a
los siete u ocho años la niña nuevamente busca una identificación con la madre
a través de la imitación, dejando atrás el Complejo de Electra.
Este complejo no sólo cumple la función de
desarrollar la conciencia de género, identificando a los hombres y las mujeres
en sus respectivos roles, sino que más adelante influye en la elección de
pareja. Esa elección no estará alejada de lo que representa la figura paterna,
aunque esto no sea necesariamente consciente.
Es completamente lógico que la niña llegue a decir
que se quiere “casar con papá”, porque, al ser él su única referencia amorosa,
por imitación a su madre desea lo mismo que ella. Por este motivo “los padres
deben hacerle entender que eso no tiene sentido y que no es lo que realmente
quiere”, explica el psicólogo José Luis González de Rivera.
Sin embargo, durante esta etapa los padres no
siempre toman la actitud correcta y el complejo de Electra no es resuelto de la
mejor forma posible.
Ocurre que a veces el padre se siente tan
halagado por la papitis que “se dejar querer” sin poner muchos límites;
tal vez con ganas de celar a la madre o por sus propias ganas de acaparar todos
los amores. De la misma manera, la madre puede entrar en el mismo juego del padre
y entrar en competencia con la niña; incluso puede amenazar con quitarle su
cariño a la niña si no ignora a papá. O puede suceder que la mamá aliente
esta relación padre-hija para ya no tener que trabajar tanto el papel de
madre.
Si el complejo culmina de esta forma, la niña lo
sufrirá en el futuro encontrándose en situaciones como: nunca encontrar a un
hombre que la haga feliz, ya que ninguno es tan “grande, inteligente,
fantástico” como lo fue su “primer amor”, es decir, su padre.
Por otro lado, puede sentir que está en constante
competencia con otras mujeres debido a que su mamá, la primera mujer en su
vida, nunca dejó de ser la primera “rival”. En otras ocasiones, se puede
observar a algunas mujeres que se caracterizan por una constante búsqueda de atención
e intentan llamar la atención, de forma inconsciente, buscando al padre de sus
fantasías. Y también hay situaciones en que las mujeres tienden a mantener
relaciones con un hombre casado: no por estar con ese hombre en particular,
sino porque, inconscientemente hay un deseo de querer reemplazar a la esposa.
Durante la adolescencia también se pueden presentar
dificultades, tanto para vincularse con otras mujeres como para tomar
decisiones en la elección de pareja.
Para que el Complejo de Electra se resuelva de la
forma más adecuada, la niña debe asumir su derrota, reconocer que la madre es
la preferida, y así disponerse a buscar otro amor. Por el contrario, si
no se rinde a esta evidencia, se generan las patologías que ya han sido
descritas anteriormente.
José Luis González de Rivera, jefe Psiquiatría de
la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, indica: “se supone que (el complejo
de Electra) es una dinámica normal en el desarrollo de las pequeñas, que puede
observarse a partir de los tres años, pero que en un plazo de dos años se suele
resolver de forma natural”.
Al contrario que en los niños con el complejo de
Edipo, el de Electra es “menos claro y pasa más desapercibido” puesto que las
niñas tienen un vínculo muy estrecho con las madres, ya que están gran parte
del día con ellas, lo que les dificulta mantenerse en competitividad con ellas.